Forjado en el fuego de la guerra y templado por la disciplina, el espartano no conoce el miedo ni la rendición. Su cuerpo es acero, su mente un arma, y su alma pertenece a Esparta.
Cada cicatriz en su piel cuenta una historia de resistencia; cada mirada, un juramento al deber.
Bajo el casco de bronce, la humanidad se convierte en mito. No lucha por gloria, sino por legado —por el eco eterno de su nombre en los campos donde los dioses observan.